La evolución de malezas resistentes a herbicidas no es un fenómeno nuevo en Argentina. El primer caso de resistencia se detectó en el NOA, en 1992, en biotipos de ataco (Amaranthus quitensis), los cuales no podían ser eficazmente controlados con herbicidas como Imazetapir, clorimurón y flumetsulam, dijo Daniel Tuesca, de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Rosario.
Esta problemática, si bien constituía una amenaza para el sistema de producción, no llegó a generar grandes inconvenientes porque en esos años fueron incorporados al sistema productivo los cultivares de soja y luego de maíz con tolerancia a glifosato.
Durante algunos años, la densidad poblacional de malezas dentro de los cultivos permaneció en niveles bajos, ya que este principio activo era muy eficaz en la mayoría de las especies dominantes. Sin embargo, algunas malezas tolerantes a este herbicida (ej. Commelina sp.) comenzaron a aumentar su frecuencia y densidad y posteriormente, en 2005, se detectó la presencia del primer caso de resistencia a glifosato en biotipos de “sorgo de Alepo”.
“En la mayoría de las poblaciones resistentes a un herbicida existe un patrón similar de manejo del sistema productivo. Este esquema está asociado a una gran presión de selección, dada por el uso repetido de un herbicida o herbicidas distintos que actúan en el mismo sitio de acción. En general, la mayoría de los casos de resistencia se corresponden con sistemas poco diversos en cuanto a rotación de cultivos y uso casi exclusivo de control químico, sin considerar métodos mecánicos o culturales de control de malezas. Es decir, ambientes donde las señales que reciben las malezas son pocas y repetidas en el tiempo”, señaló.
El número de especies con resistencia a herbicidas se ha incrementado significativamente, y en algunas zonas, ahora sí, constituye una amenaza a la producción.
Los costos asociados con el manejo de estas situaciones son elevados y en algunos casos las herramientas químicas ya no alcanzan para disminuir la densidad poblacional y, por lo tanto, los rendimientos se ven muy afectados.
Particularmente los “atacos” o “yuyos colorados” se han convertido en uno de los principales problemas para los sistemas productivos extensivos de gran parte del país. Las especies malezas de este género presentan alta tasa de crecimiento, elevada producción de semillas que forman bancos persistentes, y en nuestro país han desarrollado resistencia a glifosato y a herbicidas del grupo ALS.
“El manejo racional de los atacos debe incluir necesariamente un enfoque integral”, ya que la experiencia demuestra que la utilización solo de tácticas químicas no es suficiente y tiende a empeorar el problema en el mediano plazo.
“Es necesario considerar herramientas asociadas a los cultivos”, por ejemplo fechas, densidades de siembra, reducción del espacio entre surcos, cultivares más competitivos, cultivos de cobertura, rotaciones etc. “Respecto del control químico éste debe ser muy estratégico y programado”, deben utilizarse mezclas de herbicidas con diferente sitio de acción, aplicaciones secuenciales, posicionamiento adecuado de los principios activos considerando la biología de las malezas, las condiciones ambientales y las características particulares de cada herbicida.
“La resistencia de malezas a herbicidas es un proceso que tiene asociado componentes que ocurren al azar (mutaciones) y otros que tienen que ver con la presión de selección”. Sobre los primeros no podemos actuar, mientras que la presión de selección está asociada con la forma en que hacemos agricultura. Es por ello que la importancia que tendrá la resistencia de malezas a herbicidas dependerá de las decisiones que tomemos al momento de definir las estrategias de control.